Todo estaba listo. Ropa, MacBook, iPhone, comida española,
regalos para los niños… Todo estaba repartido en mis tres enormes maletas rosas
y los documentos estaban metidos en mi bolso. Mis padres no me dejaban
marcharme, las chicas ya me estaban esperando en la puerta de embarque pero
iban a ser 6 meses en Londres sin ver a mi familia. Está bien, lo admito, yo
también los iba a echar de menos. Mi hermana no dejaba de pedirme que le
enviara regalos por correo. ¿Cómo iba a olvidarlo? No puedo traer de vuelta
nada más que lo que hay en mis maletas. Tendré que enviarlo todo por correo. Por
fin me dejaron marchar y me reuní con mis amigas que ya estaban en el avión. Me
senté junto a ellas y empezamos a hablar sobre lo que haríamos en Londres
durante esos 6 meses en los que trabajaríamos cuidando a niños salvo Rebeca y
Sara que lo harían de perros. Sin embargo, durante el despegue, nos quedamos
todas calladas y no mirábamos por las ventanillas como es lo normal en los
vuelos. Nosotras nos mirábamos los pies. Era la primera vez que nos separábamos
tanto tiempo de nuestras familias y también nos separaríamos nosotras, ya que
las casas dónde viviríamos los próximos 6 meses están bastante separadas…
Cuando las luces aseguraban que nos podíamos quitar los cinturones, empezamos a
hablar de nuevo y conseguimos jugar varias partidas del UNO antes del
aterrizaje.
El aeropuerto era completamente nuevo y pasamos a recoger
nuestras maletas facturadas antes de despedirnos y prometer llamar al día
siguiente una vez estuviéramos instaladas y supiéramos nuestros horarios para
comenzar a planificar cuándo nos veríamos.
Los Watson al completo habían ido al aeropuerto para
recogerme. La madre, Anne, rubia con los ojos azules y con pecas, parecía mi
propia madre, ya que nos parecíamos bastante. El padre, Jack, pelirrojo y
también con los ojos azules parecía realmente un hombre de negocios como me habían
informado. Los dos niños sujetaban un cartel enorme dónde podía leerse
perfectamente “AZAHARA PRIEGO”, mi nombre. Al lado de mi familia a partir de
ahora, había otras familias o solo un hombre o una mujer, también con carteles
en los que estaban los nombres de mis amigas. Nos dimos todas un último abrazo
y nos dirigimos hacia nuestras familias. Los niños, Sophie y James, me
recibieron con un largo abrazo mientras los padres me dieron un apretón de
manos y me sonrieron. Menos mal que ya estaba acostumbrada al poco contacto
físico de los británicos de mis anteriores visitas al país que ahora iba a ser
mi hogar. Jack me pidió permiso para ayudarme a llevar una de mis tres maletas
y le dije que no me importaba llevarlas sola, pero no engañaba a nadie. No
podía llevarlas todas. Sophie me cogió la maleta pequeña y Jack se llevó la más
grande. Les sonreí y me llevé la maleta mediana mientras los seguía hacia el
coche. Los ayudé a cargar mi equipaje en el maletero y me metí en la parte
trasera, al lado de las sillas de los niños. Ayudé a Anne a asegurar a James y
a Sophie en sus asientos y nos marchamos.
La casa estaba situada en la periferia de Londres pero en
los límites que me permitían comprar la OYSTER con la que me podría mover usando el metro y el bus en Londres sin problemas y además disponía del coche de los Watson; bueno, no
exactamente su coche, sino uno que habían conseguido sólo para mi y para mis
labores de niñera.
Me despedí de ellos con un simple “Good night and thanks for
everything.” y me llevé mi equipaje a mi nuevo dormitorio. Al día siguiente les
daría a los niños sus regalos y a los padres la comida española que traía en la
maleta.
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